El cambio climático es un desafío ambiental urgente.
En poco más de 200 años cambiamos profundamente la dinámica del planeta. Descubrimos el petróleo, los motores a combustión, y generamos un desarrollo sorprendente para la humanidad. Pero ese desarrollo, como toda actividad humana, trajo consecuencias, en este caso muy graves. Demasiado CO2 en la atmosfera producto de la combustión, junto a otros gases, producen el efecto invernadero que genera el Cambio Climático.
Somos muchos. En los últimos 10 años la población creció en mil millones de habitantes, lo mismo que anteriormente tomo más de 1000 años desde el nacimiento de Cristo. Solo el hecho de ser muchos, como en toda actividad biológica, trae fuertes consecuencias. Ensuciamos el planeta solo por existir. Necesitamos producir más alimentos. Además, no somos del todo consientes, no hacemos todos los esfuerzos necesarios para dar sostenibilidad a este desarrollo.
El cambio de paradigma con una mirada más ambiental es urgente. Las respuestas son muchas, pero ¿cómo debemos priorizarlas?
La juventud actual es más consiente y está dispuesta a aportar toda su potencia para salvar el planeta. No podemos permitirnos no ser claros en los diagnósticos sobre los problemas ambientales más urgentes. Es clave alinear los problemas reales, con las soluciones efectivas, los apoyos económicos, y la energía de las nuevas generaciones. Hay mucha desinformación, e intereses contrapuestos.
Sin entrar en ejemplos de intereses mezquinos y energía de gente bien intencionada desperdiciada en causas menores o erróneas. Solo digamos, por ejemplo, que la causa principal del incremento de gases de efecto invernadero NO son las vacas, sino los combustibles fósiles. Y vayamos directo a las propuestas que muchos creemos son conducentes para ayudar al planeta.
Muchas veces las mejoras ambientales deben hacerse cediendo posiciones económicas, “calidad de vida”, o desarrollo humano. Muchas veces la frazada es corta. Pero algunas soluciones agregan más valor final que otras, en los tres ejes, social económico y ambiental. El valor final debe medirse en el corto y largo plazo, y este es el punto clave. Como negar el aporte del motor a combustión a la humanidad, pero en el largo plazo se van manifestando sus complicaciones.
Existe una acción que se nos presenta como un clarísimo ganar-ganar. En los tres ejes del desarrollo, y tanto en el corto, como en el largo plazo.
Los suelos del planeta pueden ser una de las claves para revertir en parte este proceso tan peligroso de calentamiento a causa de los gases de efecto invernadero.
A la humanidad le tomo un tiempo concientizarse del cambio climático, incluso la ciencia tuvo sus diferencias hace no muchos años. Hoy el consenso sobre la gravedad del flagelo es claro. Pero son insuficientes los esfuerzos de los países centrales, más responsables de las emisiones como USA y China, en comprometerse con la baja de emisiones en las cumbres climáticas de la ONU. Europa si avanza hacia una nueva matriz energética, pero mantiene sus intereses con políticas de subsidios, y medidas restrictivas de comercio montadas sobre medias verdades sobre el real impacto ambiental, como con los agroquímicos, o la ingeniería genética.
Lo mismo ocurre con la conciencia sobre la perdida de materia orgánica de los suelos, y sobre todo, sobre la posibilidad cierta de recuperar los niveles de materia orgánica de suelos erosionados, hasta niveles similares a los suelos prístinos, como estaban antes de ser trabajados por el hombre. Ahora sabemos con certeza que nunca volveremos a la naturaleza prístina, pero si es posible mejorar los suelos del planeta. Incluso FAO, antes reticente a enfocar este desafío, ahora lanza programas como Recarbonization para compensar emisiones globales.
El programa cuatro por mil, que se propone incrementar la materia orgánica de los suelos del planeta, lanzado por un ex Ministro de Agricultura de Francia, gana terreno en la agenda internacional, y suma apoyo público y privado en todo el mundo.
Sistemas de producción de alta productividad bien implementados, pueden captar CO2 atmosférico mediante la fotosíntesis, e incrementar la materia orgánica del suelo, mejorando su salud. Significa mitigar el cambio climático, y a su vez elevar la productividad de manera sostenible. Cambiar un paradigma de círculo vicioso de degradación, por un modelo conceptual de “circulo virtuoso”. Argentina tiene la oportunidad de liderar un proceso de este tipo a nivel global.
(*) Vicepresidente de la Fundación Andes y Ex Subsecretario de Agricultura de la Nación.
Esta nota forma parte de la Revista Realidad N° 46 de Nuevas Generaciones